EL PENSAMIENTO VIVO DE...

LA VIGENCIA DEL PENSAMIENTO DE HAHNEMANN EN NUESTRA ÉPOCA*
Dr. Gustavo Cataldi**

Curiosamente la definición de salud no ha sido abordada con asiduidad en trabajos, ni abordada por organismos que se dedican a hablar sobre las enfermedades humanas.
Se tratan las patologías, pero no se define qué se considera salud en las personas, ya sea en forma particular o comunitaria.
Que recuerde, en mi paso por la Universidad de Buenos Aires o en mis veinte años de actividad hospitalaria, nadie me habló precisamente acerca de qué es la salud, aunque yo estaba siendo entrenado para que lograra la misma en los pacientes a mi cargo.
El Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud de 1948, define la Salud diciendo que la misma “no es sólo la ausencia de debilidad y enfermedad sino también un estado de completo bienestar físico, mental y social”.[1]
Esta definición provoca las siguientes reflexiones:

  1. La salud no se define sólo por una caracterización negativa -la ausencia de debilidad (infirmity) y de enfermedad (disease)-, y es coherente que así sea, ya que esta parte de la definición es tautológica. En efecto, definir la salud como la ausencia de enfermedad nada agregaría a nuestro conocimiento. Inversamente podríamos señalar a la enfermedad como ausencia de salud, y nadie saldría de aquí sabiendo qué es la salud y qué la enfermedad.
  2. Lo importante de la definición estriba en su parte positiva: “estado de bienestar físico, mental y social”. Ahora bien, cabe también señalar algunas cuestiones respecto a esto.
a)     En primer lugar: hay aquí una separación de ítems (lo físico, lo mental y lo social). Pero esta distinción no se compromete a lo que se alude con “lo físico” o con “lo mental”.
b)     En segundo lugar: ¿qué es un estado de “bienestar”?. La respuesta surge rápida e intuitiva: bienestar, simplemente es “estar” o “sentirse” bien. Sin embargo, esta cuestión no es tan fácil de zanjar. En efecto, “sentirse bien” involucra un estado subjetivo de cada persona, y no sólo la objetivación del médico que no encuentra nada anormal en su paciente. Respecto a esto, podemos aludir a la distinción que está presente en el idioma inglés, más rico que el español o el francés, para aludir al término “enfermedad”. En español no hay más que un término común (enfermedad) –así como en francés, maladie-  para designar a la patología, sea experimentada por el paciente, sea objetivada por el médico. El idioma inglés, en cambio, designa a la primera opción (la enfermedad padecida) con el término illness, y a la segunda (la enfermedad como objeto de estudio por parte del médico) con la palabra disease. Se evidencia entonces que para esta definición es de suma importancia el estado subjetivo de bienestar, aunque no puede dejar de señalarse lo engorroso de comprobar este fenómeno para el médico, ya que esto puede depender de muchos factores ajenos al acto médico de curar, comenzando por el cultural: ¿es semejante la sensación de bienestar a conseguir por parte del médico en un norteamericano, en un sudamericano, en un europeo, en un indio, en un tibetano, etc.? ¿Acaso no ha variado el concepto de bienestar a través de las épocas?
c)      Asimismo, bajo esta definición, se plantea el siguiente interrogante: ¿qué sucede en una persona que “se siente” bien física y psíquicamente y tiene una adecuada inserción social, pero, sin que lo note, presenta en su organismo los inicios de una patología, por ejemplo, cancerosa? ¿Acaso no es una persona enferma?
d)     Con todo, la definición, imperfecta pero bien intencionada, está apuntando a una concepción más amplia que la mera remoción de una patología –cualquiera sea- en el paciente: el objetivo es más integral, e involucra a que la persona se sienta bien no sólo física, sino también psíquicamente y con un adecuado desarrollo social. Este fue el sentido que tenían aquellos fundadores de la OMS al elaborar esta definición.

Reconociendo entonces la importancia del aspecto subjetivo que otorgó desde su inicio la OMS a la Salud, cabe entonces preguntarse si los estudiantes de Medicina de las diferentes universidades salen preparados para esta búsqueda en los pacientes a los que asisten.
Si analizamos cómo ha evolucionado el paradigma biomédico en el que se desarrolla la enseñanza y la práctica médica de nuestros días, la respuesta es negativa.
El objetivo último en biomedicina es que la práctica médica sea objetiva, neutral y científica. Esto significa que el médico debe tener conocimientos especializados para detectar cuál es la falla del paciente que está frente suyo, considerado éste como un organismo, una especie de máquina a la que se le debe detectar en dónde, cómo y porqué se desarrolla su enfermedad.
Y la enfermedad es considerada de acuerdo a cualquier desviación de los parámetros considerados normales en el funcionamiento de esa máquina-organismo.
En esta visión, las causas últimas de la anormalidad que se detecta en el paciente son físicas: algún desarreglo en alguna parte de la bioquímica celular de un órgano, aparato o sistema, que desencadena una serie de fenómenos en cascada que produce la enfermedad.
Incluso las enfermedades mentales presentan esta sucesión: neurotransmisores en exceso o en carencia producen la alteración de ese procesador refinado que es el cerebro, muy complejo por cierto, pero al que se le puede aplicar perfectamente la metáfora computacional para definirlo. Y es nada más que esa alteración la que define el comportamiento enfermo de cada individuo. Aún sin alteración, la bioquímica cerebral determina una “conducta sana”, por lo que un comportamiento “normal”, -incluyéndose allí los sentimientos y las pasiones que determinan la conducta-, no escapa a los límites de causas físicas.
En los términos que ya señalara en cuanto a la distinción del inglés entre disease e illness, François Laplantine[2], nos dice “en este encuentro entre la enfermedad en tanto se experimenta subjetivamente (illness) y la forma en que es científicamente observada y objetivada (disease), la práctica biomédica consiste en subordinar íntegramente la primera a la segunda”.

La terapéutica en este paradigma debe intentar intervenir en alguna parte de la cascada fisiopatológica, en lo posible, en la primera causa, de orden biofísico.
Las investigaciones en terapéutica son dirigidas a conseguir fármacos que enmienden esa cascada hacia la normalidad.
Finalmente, un objetivo principal de la biomedicina en la actualidad es encontrar la determinación genética de cada enfermedad, y la solución final podría ser una intervención a ese nivel, antes incluso de que la anormalidad se desencadene.

No cabe duda que el avance en el conocimiento de la aparente génesis y de la fisiopatología de las enfermedades ha sido impresionante y que la tecnología aplicada al diagnóstico y tratamiento se ha incrementado en forma exponencial.
A la par de este colosal desarrollo, ha aumentado una desigualdad social en el acceso a la salud, de la que somos testigos en la actualidad, y no sólo en países subdesarrollados, sino también, por ejemplo, en Estados Unidos de Norteamérica, en donde su actual presidente está bregando por una prestación de salud más justa.

La visión del paradigma de la Homeopatía no desestima los avances conseguidos en el conocimiento de la fisiopatología de las enfermedades.
No rechaza ni desestima el conocimiento de cómo se producen las enfermedades en su manifestación orgánica.
Sólo que no acuerda con el paradigma biomédico acerca de qué es lo que produce la patología.
La verdadera génesis de la enfermedad para la Homeopatía no se produce en la cascada que ocurre cuando el cauce de las aguas ya se ha desencadenado, sino en el motor que echa a andar la cascada.
Este motor, no es de orden físico –diferencia fundamental con la biomedicina-, sino que es no-material, y produce inicialmente cambios dinámicos, previos a los mecánicos que se evidencian luego en la fisiopatología de cualquier enfermedad clínica.
El paradigma de la Homeopatía, fundamentado en una filosofía de la biología de corte vitalista, difiere por lo tanto radicalmente en lo que es la génesis de la enfermedad.
La consecuencia es que también difiere la terapéutica, la que debe ser realizada mediante una acción dinámica del remedio que desactive ese motor –inmaterial- presente en la inmaterialidad del principio vital del paciente, y que puso en marcha la sucesión mecánica de hechos que luego se producen.
Por ello, ante la inmaterialidad del motor se debe presentar la inmaterialidad de un remedio, una substancia altamente diluida y dinamizada, en la cual ya no hay materia sino substancia en el sentido metafísico del término, correspondiente a la substancia en bruto de la que se partió en la elaboración del remedio.
Al mover las aguas durante la enfermedad, ese motor inmaterial no sólo las agita de modo de producir una cascada que materialice mecanismos a su vez productores de una patología orgánica. Su repercusión es en todo sentido, y alcanza todo lugar en que el fluido se halle presente.
Por tanto, decimos en Homeopatía que es en todo el paciente en donde está presente la enfermedad, y no sólo en un órgano, aparato o sistema.
Y al decir todo -concepción holística-, también hablamos de la psique, y, por tanto, de la subjetividad del paciente.
No existe para la Homeopatía una escisión entre lo psíquico y lo somático. Pero, a diferencia del reduccionismo de la biomedicina, que propone a los estados mentales como meros procesos físicos, -por lo tanto, un único plano, material-, la Homeopatía postula que ambos ámbitos están intrincados mediante el fluido vital, que los reúne a modo de unidad inescindible.
Por lo tanto, la enfermedad se manifiesta no sólo en un aspecto orgánico, sino también en rasgos psíquicos o en rasgos que hacen al paciente como una totalidad, y que son condicionantes de la conducta del mismo a lo largo de su vida.
En la primera parte del § 9 de su obra capital, el Órganon, Hahnemann, el descubridor de la Homeopatía, nos dice: “En el estado sano de la persona, el poder vital como de índole espiritual (autocrático) actúa en forma ilimitada. Como dýnamis anima al cuerpo material (organismo) y mantiene sus partes en un estado armónico admirable en sensaciones y funciones (...)”.
Se expresa aquí el concepto de salud para la Homeopatía: un estado de equilibrio, de armonía en la que se encuentra el poder vital que anima el organismo por entero.
De esta forma, cualquier entidad clínica por la que consulte nuestro paciente –sea física o psíquica- es la expresión de un desequilibrio vital, un drama vitae que aparece ante nosotros en forma de enfermedad clínica, pero que involucra al paciente como  un todo, y a lo largo de la vida de éste. Es aquí donde estriba una diferencia fundamental con el actual paradigma hegemónico.
En el § 11 Hahnemann nos dice cuál es su concepción acerca de la enfermedad: “Cuando una persona se enferma, debido a la influencia dinámica de un agente mórbido hostil, originalmente sólo se altera este poder vital (principio vital) como de índole espiritual, automático, presente en todo el organismo (...) Este poder, invisible y solamente reconocible por sus efectos en el organismo, da a conocer su alteración mórbida solamente por expresiones morbosas en sensaciones y funciones, es decir, por síntomas patológicos (...)”.

Se muestra aquí que el concepto de salud de la Homeopatía es más cercano a la imperfecta definición otorgada por la OMS en 1948, ya que no toma en cuenta sólo el aspecto que puede ser objetivado de la enfermedad, sino también la subjetividad del enfermo.
La biomedicina, en cambio, trata fundamentalmente de objetivar la enfermedad.
Apelaré a una cita a la que ya hice referencia en otra oportunidad de la antropóloga en medicina Vera Kalitzkus[3] acerca de la biomedicina:

Se la considera que está fundada sobre principios científicos, objetivos, que no son distorsionados por otros factores, subjetivos o culturales. Sus concepciones  y terapias son comprendidas como universales y así pueden ser transferidos y practicados en todo el mundo[4].

Vemos así una gran divergencia entre la meta de ese paradigma respecto de la definición dada por la OMS, y la gran cercanía de la concepción de Salud entre la Homeopatía y dicha definición.

En 1986, la OMS emitió un documento producido durante la primera conferencia internacional de promoción de la Salud, realizada en Ottawa, Canadá, y que  modifica la definición dada en 1948. Allí, se dice que la salud “es un recurso para cada día de la vida, no el objetivo de vivir. La salud es un concepto positivo que enfatiza los recursos personales y sociales tanto como las capacidades físicas”.[5]
Extraemos de esta definición las siguientes reflexiones:

  1. Nuevamente se resalta que la salud involucra nuevamente tres aspectos: el físico, el social, y el personal (en reemplazo del psíquico, enunciado en la anterior definición).
  2. Le cabe, por tanto, el mismo tipo de observación que hiciera respecto de la primera definición: falta de aclaración respecto de los términos que se emplean.
  3. Sin embargo, hay aquí una modificación fundamental que vale la pena resaltar: la salud NO es un fin es sí mismo, sino que es un recurso, una condición necesaria para el desarrollo de la vida diaria. Y es un recurso que permite el desarrollo personal y social. Esta parte propone no “vivir” para la salud, sino “ser saludable” para poder vivir.

Nada de esto es prioridad en el paradigma biomédico.
Aún más. La medicalización de la sociedad que ha partido desde el paradigma hegemónico ha logrado que cada persona sienta que es un enfermo, ya que es muy difícil cumplir con todos los parámetros de “normalidad” que rige desde el poder médico.
Este poder se ejerce desde las diferentes Instituciones o Asociaciones médicas especializadas en cada área.
Y si la Institución es norteamericana, su palabra parece aún más autorizada.
La comunidad médica “seria” debe buscar en sus pacientes el nivel de colesterol LDL aconsejado por la American Heart Association o clasificar a sus enfermos según el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DMS) promulgado por la American Psychiatric Association, quienes se erigen como nuevo Leviatán del control de salud de la población. Este factor de la Medicina como ejercicio de poder ya ha sido advertido por Foucault cuando nos hablara de las sociedades de control.
Se “inventan” así enfermedades o se alerta contra el peligro de terribles epidemias, cosa que, por cierto, da grandes réditos a la industria farmacéutica.
La idea de “invención” de enfermedades, que aumenta el “poder médico” está magistralmente relatada en la obra de teatro Knock o el triunfo de la medicina, escrita por Jules Romains y estrenada en 1923. En ella se ridiculizan hasta el dramatismo los pasos de Knock, nuevo médico rural, quien comienza en el pueblo en el que le toca ejercer a intentar convencer a sus habitantes que –de una forma u otra- todos eran enfermos.
No estoy aquí queriendo demonizar al poder médico ni hablando en contra de aquellos médicos que en su consultorio, sanatorio u hospital intentan –de buena fe- un alivio para su paciente.
Simplemente, tanto las Instituciones médicas como los que ejercen bajo sus estrictas normas están imposibilitados de hacer otra cosa. Al estar instalados dentro del paradigma hegemónico, ni siquiera pueden -en general- ver otras posibilidades o cuestionarse estos dictámenes. Con el correr de su práctica, muchos profesionales van notando la relatividad de las normas, pero ya es difícil –aunque no imposible- en ellos el cambio.
Tal como dijera Florencio Escardó, “el médico es el producto de un sistema que lo determina a ser como es, y sobre todo que, haciéndolo dueño de un único punto de vista, lo hace un agente de no-cambio”.[6]
Bajo esta medicalización de la vida, la salud se convierte en un fin, un objetivo excluyente en la vida de las personas, y no un medio que permita su desarrollo.

Si volvemos a la modificación de la definición, nuevamente la Homeopatía se acerca a la visión de la OMS.
En efecto, si recurrimos al final del ya citado § 9 del Órganon, Hahnemann nos dice: “(...) De este modo nuestro juicioso espíritu puede utilizar libremente este instrumento vivo y sano para los propósitos más elevados de nuestra existencia”
Hahnemann pone aquí de manifiesto que el estado de equilibrio que logra el poder vital en salud permite al espíritu encaminarse a un fin elevado. O sea que el estado de salud o enfermedad condiciona las posibilidades de desarrollo del ser humano. Este agregado de Hahnemann en el parágrafo en donde enuncia qué es el estado de salud es un magnífico antecedente, inusual para la época en que fuera escrito, de la definición dada en 1986 por la OMS.
Redoblando la apuesta, Paschero propugnaba a la salud como un medio para conseguir el desprendimiento en la vida del paciente de una actitud egoísta y lograr en cambio una conducta dativa hacia la sociedad:

La salud verdadera e ideal es la que el hombre alcanza cuando ha logrado un nivel de conciencia en el que se siente regido por una relación esencial con el prójimo.[7]

La Salud se vuelve así un objetivo que surge de la relación médico-paciente, pero no un objetivo de vida del último, sino un instrumento para su desarrollo.

De esta forma, partiendo desde definiciones dadas por la misma OMS, que son acordes con un espíritu amplio y que tienen en cuenta a la enfermedad como un desarreglo desde un punto de vista psico-físico-social y que condiciona su desarrollo como ser humano, creo haber mostrado que el paradigma vitalista de Hahnemann está vigente, y lo está más aún que los postulados implícitos que conlleva la práctica del paradigma hegemónico.

Invito a aquéllos que persiguen la práctica de una medicina humanista como la que propone la OMS desde sus comienzos al estudio de la Homeopatía, la que cumplimenta verdaderamente el espíritu idealista de sus fundadores.


[1] Health is a state of complete physical, mental and social well-being and not merely the absence of disease or infirmity. Preamble to the Constitution of the World Health Organization as adopted by the International Health Conference, New York, 19-22 June, 1946; signed on 22 July 1946 by the representatives of 61 States (Official Records of the World Health Organization, no. 2, p. 100) and entered into force on 7 April 1948
[2] François Laplantine (1999); Antropología de la Enfermedad, Ediciones del Sol.
[3] Biomedicine and Culture – The Cultural Basis of Modern Medicine and its Implications for Practice; 3rd. Global Conference on Making Sense of Health, Illness and Disease, Oxford 2004.
[4]It is believed to be founded on objective, scientific principles that are not distorted by cultural or other subjective factors. Its insights and therapies are understood to be universal and thus can be transferred and practiced worldwide”.
[5] Health is "a resource for everyday life, not the objective of living. Health is a positive concept emphasizing social and personal resources, as well as physical capacities." Ottawa Charter for Health Promotion, 1986.
 [6] Escardó, Florencio (2004). Carta abierta a los pacientes. Edic. FUNDASAP
[7] Candegabe, M.; Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 112-5.